Extrañando esas viejas visitas a mi querido corazón del Amazonas, aunque siempre era una visita obligada cada año, y la mayoría de las veces yo me negaba a ir (luego estando allí no quería abandonar el río y volver a la ciudad), ahora que no los tengo cerca los extraño tanto.
El aroma del tabaco y el cilantro por las mañanas, el humo del caldo de pescado y hierbas (la mayoría con nombres casi imposibles de pronunciar) cada tarde, el humo de los ayahuasqueros cada noche, los curanderos sentados en círculo contando historias sobre dioses y fantasmas junto al fuego mientras fumaban sus pipas de madera.
Los cantos a Surini cada amanecer y los cantos silenciosos a Unabi cada anochecer, especialmente aquellas noches de luna llena cuando Unabi devoraba la oscuridad de la noche con su ferviente deseo de ser una humana.
Los curanderos sanando a los extranjeros y visitantes junto al rio, las hierbas secas colgando en la entrada de cada casa y cada choza, y mi Papá regresando de esas largas caminatas con los otros hombres cargando con ellos serpientes y pescado.
Armar trenzas de pabilo con frutas para alimentar a los murciélagos por la noche, y el Icantu de todos los días (la búsqueda de espíritus que habitan en las piedras del río).
Ahora mi bosque y mi selva han sido corrompidos, no por el hombre blanco (como todos acusan), sino por la mano socialista, con sus seguidores ignorantes y sus mentiras, que se han introducido en nuestro bosque con sus banderas rojas y sus rituales para venerar al dictador fallecido, que obligan a los curanderos a rezar "por él" cada mañana y por el descanso (no Merecido) de su espíritu.
No importa cuánto años pasen, no los voy a olvidar, no importa lo que pase en el País que fui obligado a abandonar hace cuatro años, nada nunca volverá a ser igual.
Elhoim Leafar